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lunes, 27 de octubre de 2014


El otro día estaba en casa de mis abuelos y cuando nos hicieron reír no pude evitar pensar en todo lo que nos han enseñado, además de que se convirtieron en una parte fundamental en nuestras vidas. No solo son esos abuelos que te consienten, ellos hacen mucho más que eso: nos ensañaron, nos aconsejaron y de vez en cuando se convirtieron en nuestros cómplices...

Son un gran ejemplo de vida. Nos han enseñado que de nada puedes llegar a todo. Que mediante el trabajo duro y el esfuerzo, las metas y los sueños se logran. Nos dan una gran lección de amor, cuando es verdadero con el paso del tiempo se hace grande...es infinito. Las personas no somos perfectas y estamos hechos para hacer errores, de los cuales debemos aprender y para esto están ellos: siempre abiertos a darte un buen consejo.

Nos han ensañado que enojados, distantes, sonrientes, felices o tristes la familia es familia y no habrá nada que cambie eso. El perdón es grande y sincero siempre que viene del corazón y no hay nada mejor que ello. Nos habrán heredado un carácter difícil en ocasiones, pero con el tiempo nos hemos dado cuenta que el orgullo solo estorba y que pesa más la felicidad.

Nos comparten su sabiduría y de vez en cuando sus historias románticas de cómo se conocieron: él diciendo que no importa cuántos años pasen, siempre la elegiría a ella una y otra vez pues fue afortunado en que se fijara en él. La moraleja sería el amor no sabe de condiciones o clases sociales, en realidad este es ciego, torpe, testarudo y bello.


Tanto contribuimos a la aparición de canas en su momento. Hubo regaños, sanciones y hasta prohibiciones, pero las travesuras que realizamos en aquella casa son los recuerdos más bonitos de la mejor infancia que nos pudieron dar. ¿Si las paredes de esa casa blanca pudieran hablar qué no dirían de nosotros? Inundamos el jardín, tiramos la gran maceta (y agradecimos porque salió ilesa), nos acabamos de vez en cuando las paredes, escalamos infinitamente el ventanal de la sala para subir a la azotea por las pelotas que volábamos y todo lo hacíamos como una misión imposible.

Cuántos recuerdos no quedan en aquel jardín hermoso en el cual la alberca y el sol parecían uno mismo en esas tardes de verano que pasábamos en ella. Las cálidas navidades con toda la familia reunida, los abrazos, sonrisas, las palabras sinceras, los regalos y esa agua de frutas especial para la noche, hecha por él.

A lo largo de 60 años (casi 61) han sembrado y cosechado una vida llena de amor, familia y alegrías, han dejado huella en todos nosotros y aunque no lo parezca somos más parecidos a ellos de lo que creen y queremos. Atesoramos cada momento que compartimos con ustedes, cada aprendizaje y lección. Estoy orgullosa de ser su nieta, dos personas grandes que han llegado a donde están gracias a su esfuerzo y paciencia.



Me han dado una gran y hermosa familia. Hacen que cada momento con ustedes sea el mejor y que siempre quiera regresar a pasar tiempo con mis dos viejitos “bombos”, los más bellos. Gracias por enseñarme que el amor verdadero sí existe y que después de tantos años siguen tan enamorados como 2 adolescentes. Gracias por hacerme sonreír con sus ocurrencias y compartirme los mejores chocolates de toda clase, rellenos, lugares y sabores. Gracias por las mejores anécdotas, ahora sé que si voy a París vale la pena perderse en sus hermosas calles. Pero sobre todo gracias por compartir tanto conmigo y mis primos, porque gracias a ustedes tenemos miles de historias que contar, agradecer y reír.





2 comentarios:

  1. Nada como el amor de abuelos, nos enseñan día con día como es una relación de verdad que lo que se rompe se arregla, no se tira.

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